¿Qué se considera un conductor profesional?
Si ahora mismo juntásemos en una sala a 10 o 20 trabajadores y les preguntásemos si consideran que realizan un trabajo de calidad en el desempeño de sus funciones, con total seguridad todos ellos responderían de forma más o menos afirmativa. Algunos pondrían el recurso del humor como tímida barrera, otros hablarían con orgullo… pero en definitiva cada trabajador manifestaría que, al fin y al cabo, hace las cosas tan bien como puede, como sabe y como le dejan.
Si a esos mismos 10 o 20 trabajadores les preguntásemos entonces si se consideran conductores de calidad, posiblemente las respuestas seguirían un camino similar, aunque con algunas diferencias. Quizá algunos se sentirían sorprendidos y hasta confundidos por la comparación; quizá algunos pondrían más reparos a la hora de cargar con la responsabilidad de reconocerse buenos o malos conductores; quizá algunos no verían el paralelismo entre la calidad que nos autoexigimos como trabajadores y el relativismo que a veces aplicamos a nuestra conducción.
Conducir es, en sí mismo, un trabajo. Se trata de una actividad compleja desde el punto de vista de la psicología en la que tomamos decisiones de vital importancia con la información que tenemos disponible en el momento y con nuestra capacidad de raciocinio. Es, sin duda, un trabajo y de que lo ejecutemos con calidad puede depender nada menos que nuestra vida y la de quienes nos rodean.
Es frecuente pensar que los conductores profesionales son aquellos que se dedican a utilizar un vehículo para transportar ciertas materias o personas a cambio de una retribución dineraria, y que no tienen la consideración de conductores profesionales aquellos trabajadores que por ejemplo utilizan el coche en el desempeño de sus funciones, como los agentes comerciales, o incluso aquellos que lo usan para acudir al centro de trabajo en su propio vehículo. Ante esta perspectiva, debemos agrandar el foco para meter en la consideración de conductores profesionales a trabajadores que realizan funciones tan dispares como el personal administrativo, los operarios o el jefe de mantenimiento de la empresa, entre muchos otros.
Esta consideración sui-generis de la conducción profesional puede chocar contra muchos muros. El primero de ellos, el de la legislación vigente, que si bien no establece exactamente qué es un “conductor profesional” como tal, sí que sienta diferencias entre los diferentes usos que se puede dar a un automóvil e incrementa las exigencias, por ejemplo en el caso de las tasas de alcoholemia, a los conductores de:
- vehículos destinados al transporte de mercancías con un peso máximo autorizado superior a 3.500 kilogramos,
- vehículos destinados al transporte de viajeros de más de nueve plazas, o de servicio público, al escolar o de menores,
- vehículos destinados al transporte de mercancías peligrosas
- vehículos destinados a servicios de urgencia o transportes especiales.
Sólo es un ejemplo, pero resulta útil para apreciar que se consideran como profesionales una cuota muy reducida de los conductores que cada día circulan por las carreteras de nuestro país. Esto debería colocar la conducción en el punto de mira de nuestra atención como trabajadores que aspiramos a tener un cierto nivel de calidad en el desempeño de nuestras funciones.
Al fin y al cabo, y si descontásemos los desplazamientos que realizamos para todo aquello que tiene que ver con nuestro trabajo, ¿cuántos kilómetros conduciríamos cada mes? Y si como trabajadores buscamos ser profesionales, ¿por qué no habríamos de hacer lo mismo como conductores?